miércoles, 18 de marzo de 2015

París es bonito desde la primera planta

París es bonito en las postales, en las fotos vintage, en el imaginario colectivo. Pero el París real deja una sensación de gusto amargo, de suciedad y en cierto modo de decadencia. 

No me entendáis mal, me gusta París ¡Y a quién no le gusta! pero hay que saber cómo mirar esta ciudad, sino la percepción de la imperfección llevará a la decepción. ¿Por qué? Porque esperamos mucho de la Ciudad de la Luz. 
Durante décadas se nos ha vendido la ciudad de París como una amalgama de arcoíris, flores y unicornios al más puro estilo de Disney. Los solemnes edificios de estilo hausmaniano, el Sena brillando bajo la luz del sol, el pequeño comercio a pie de calle con sus entrañables cafeterías que adornan las aceras... Y así podríamos continuar durante horas nuestra descripción de esta ciudad de ensueño plagada de monumentos históricos y emblemas de nuestra cultura occidental. 

Antes me he referido a París con el adjetivo "real", real de realidad, no de realeza. Los edificios hausmanianos no son tan solemnes cuando descubres su engaño arquitectónico a modo de decorado en cartón-piedra en vez de seguir los rigurosos cánones de composición y construcción del pasado. El Sena, antes cobijo de enfermedades y alimañas, ahora restaurado aunque no completamente sano, no brilla tan a menudo como nos gustaría, pues el sol no siempre se esfuerza lo suficiente. París no es Londres, pero comparte alguna de su gamas de grises. El pequeño comercio no está tan preocupado en crear rincones entrañables como en acaparar la atención del turista despistado abarrotando las aceras con todo tipo de obstáculos ya sean mostradores, toldos, sillas o mesas.

Cuando familiares y amigos me preguntan si me gusta vivir en París no se sorprenden cuando mi respuesta es contradictoria. Como todo el mundo sabe las grandes ciudades tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Sin embargo una ciudad cambia mucho según el punto de vista ya sea del visitante o del habitante. Las personas que visitan París vienen con una idea muy preconcebida en la cabeza y yo no quiero quitarles la ilusión, pero tampoco quiero crear expectativas.
La imagen idílica que de esta ciudad se tiene llega a límites de que hay empresas especializadas en el transporte de pasajeros desde los aeropuertos situados a las afueras hasta sus alojamientos temporales situados en el centro. Este servicio incluye autobuses de alta gama que emboban a los visitantes con películas como Amélie o Ratatouille para así evitar que los pasajeros miren por la ventana y descubran todo lo que hace que París, al fin y al cabo, sea una ciudad como otra cualquiera. En cierto modo se trata de ocultar la realidad construida a base de grandes infraestructuras de transporte, suburbios descuidados, un árbol agonizante aislado en medio de una intersección de vías rodadas plagadas de tráfico, etc.
También he oído que hay psicólogos especializados en tratar la depresión sufrida ante la desilusión que experimenta el turista, principalmente asiático, ante la suciedad de las calles, el mal olor del metro y el mal humor de los parisinos. 
Ppuede que estas anécdotas sean solo leyendas urbanas, pero algo me dice que podrían ser ciertas. Lo que más se vende de París es la experiencia de París. Uno no paga 5€ por un café, uno paga 5€ por un café con vistas a la Torre Eiffel. Uno no paga 20€ por una decena de macarons, uno paga 20€ por una decena de macarons perfectamente empaquetados en una caja hecha a medida para este dulce, que nada tiene que envidiar al más exquisito packaging de Cartier.

Afortunadamente, o desafortunadamente, vivo en el centro de París. Cuando me preguntan si me gusta París, normalmente se refieren a si la ciudad me parece bonita. La respuesta que esperan oír es un , porque ellos mismos, cuando vengan de visita, esperan encontrarse con esa cuidad idílica de la que todo el mundo habla.
Depende de cómo mires la ciudad así será cómo la percibas. Yo tengo un truco para mirar París. Cuando estés de pie en una calle concurrida, erguido, extiende tus manos frente a tu campo visual, cerca de tu cara, por debajo de la altura de tus ojos, y cubre el campo de visión desde el horizonte hacia abajo. Así verás solamente los edificios hausmanianos, pétreos y másicos, en diferentes tonos de blanco, coronados por sus tejados de zinc de color gris oscuro. Verás sus ventanas dispuestas en una retícula regular, la mayoría protegidas por las características contraventanas metálicas pintadas de blanco. Todo ello enmarcando una gran avenida con el cielo como fondo de escenario y quizás algún monumento o vista de la torre Eiffel. Así no verás las bolsas de basura translúcidas de las papeleras. No verás la multitud de gente que tras la jornada laboral se abre paso entre las hordas de turistas. No verás los semáforos ni las señales de trafico. No verás los coches ni las marquesinas de autobús. No verás las grietas en el suelo ni los restos de agua ennegrecida. Parece mentira que una ciudad como París use de manera tan abusiva un tipo de pavimento negro a base de alquitrán que a parte de resultar poco agradable a la vista da la sensación de que fue concebido con la suciedad como su propiedad básica.
Claro que tampoco verás las tiendas de rosas que sacan sus flores a la calle, o los camareros con sus uniformes impecables. No verás al entrañable anciano que sale de comprar una baguette o la mujer vestida con sus más lujosas pieles que saca a pasear a su perro miniatura. No verás los letreros decorados al estilo art nouveau que anuncian una boutique. No verás los escaparates de las galerías de arte. No verás a un grupo de patinadores ni a una joven montando en bici con su vestido amarillo. No podrás leer los menús ofertados por los restaurantes ni verás los colores de la selección de helados, bombones y demás dulces de las pastelerías.

Afortunadamente vivo en el centro de París. Vivo en el primer piso. Mi ventana da a una calle principal donde, desde mi punto de vista con la línea del horizonte por encima de la planta baja, veo el París real, esta vez real de realeza, con toda la magnificencia que esta ciudad pueda inspirar. Pero al mismo tiempo puedo bajar la mirada y ver todo aquello que me estaba perdiendo al seguir el truco que yo misma recomendaba.

París es incluso más bonito desde la primera planta.